Llegaste a mi vida sin yo quererlo. Y no me gustó. Me molestabas. Me molestaba cómo me mirabas y
me sonreías. Me molestaba cada paso que dabas. No me gustaba verte. Es más, te
odiaba. Cada día salía con la esperanza de no encontrarme contigo, pero ahí estabas. Invariablemente, esperando a que yo llegara. Tú nunca te diste cuenta. Me
mandabas mensajes que yo borraba sin leer. Me llamabas y odiaba cómo sonaba mi nombre en tus labios.
Me incomodabas siempre sin darte cuenta. Yo te respondía con
silencios o con sonrisas cansadas. Me daba igual lo que me dijeras. Te
odiaba. Te odiaba más a cada segundo. No podía verte. Te detestaba; No quería enamorarme de ti.
Entonces todo sucedió muy rápido.
Te enamoraste de mí. Y algo cambió. Me di cuenta de
que cuando no estabas te echaba de menos. Me empezó a gustar tu sonrisa y el
sabor de tus labios. Tu mirada me hacía sentir temblores y mi cuerpo se agitaba
cuando me rozaban tus manos. Me enfadé conmigo misma por eso. Y entonces me
odié. Me odié con toda mi alma por haberte permitido entrar a empujones en mi
corazón.
Te quiero. Y me odio. Y te odio más que nunca porque sé que ahora no puedo, no podré, vivir sin ti.
Odio tu mirada si tus ojos no me miran. Odio tu boca cuando
no me besa. Pero lo que más odio de todo tu ser son tus manos cuando no me
tocan.
Y odio mi cabeza dando vueltas...
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