domingo, 3 de noviembre de 2013

Domingo, Madrid, Resaca y Música

Frío. Viento. Resacas. Un cielo horriblemente gris. Domingo a mediodía. Madrid.

Es el momento de un zumito, la calefacción, Vivaldi, y un cuento. Ahí va.

De esta historia, nada va a ser cierto, excepto las partes que son escrupulosamente ciertas. No os creáis nada de lo que vais a leer, salvo las partes que son verídicas. Sería demasiado fácil avisaros de qué es realidad y qué producto de mi imaginación. Sería, además, poneros límites. Dejemoslo en que es una historia ficticia; salvando el detalle de que es absolutamente real.

Uf. Vivaldi me recuerda demasiado a los castillos de Versalles. Y no quiero ponerme a escribir un cuento de princesas ni ambientar la historia en un suntuoso palacio (aunque os prometo que algún día lo haré). Mejor un poquito de... De Jazz. Tabaco, locales llenos de humo, sonrisas, hombres elegantes, poca luz. 

Mucho mejor.

Pero el Jazz no me recuerda a Madrid. Más bien se me ocurren locales de callejón en Nueva York. No sé por qué; no he estado nunca en Nueva York ni he ido a ninguno de esos locales. Ni siquiera estoy segura de que existan, aunque me da que en esa ciudad existe todo lo que uno pueda imaginar. Definitivamente, no. Yo quiero hablar de mi Madrid.

No se me ocurre qué música elegir para hablar de Madrid. Qué raro. Sabina me parece demasiado obvio. Paso. Sigue sonando el Jazz. Voy a quitarlo.

Bueno, ahora mismo está sonando un anuncio. No se qué de un coche. Toyota, creo. Buf. Se me van quitando las ganas de escribir. Y suena el puto teléfono. Que qué hago, que si voy a salir. Amigos oportunos. Así es imposible escribir nada que valga la pena leer. Pero bueno. Puto anuncio. No acaba nunca. Por fin. Estopa, como siempre. Qué queréis, a mi me inspira. 

Mi madre me ha despertado esta mañana mirándome con cara de pocos amigos. No tengo ni idea de lo que hice ayer ni de cómo llegué a casa. Mi pelo huele a tabaco que echa pa´atrás. Qué asco. No tengo ganas de levantarme, pero mis ojos, llenos de legañas negras (no me quité el maquillaje al llegar anoche), mis dientes y mi pelo, están pidiendo a gritos una ducha. Me levanto con toda la agilidad que me permiten mis doloridos músculos y trato de recordar qué hice anoche. Nada. Bueno, estuve de copas con unas amigas. Lo típico. Nos acabamos bebiendo medio bar y luego... Luego nada. Una laguna inmensa, negra, con ráfagas de humo en mi mente, me impide recordar qué hice después.
Me asusto cuando veo mi rostro en el espejo. Joder. Qué demacre. Ojeras que me llegan hasta los pies, el rímel corrido, la mirada totalmente perdida y los labios secos. 

Cuando salgo de la ducha, la cosa parece que ha mejorado un poco. Pero las ojeras y la mirada perdida siguen ahí. Vaya mierda. Si por lo menos me acordase de algo más... Me visto despacio, hablando conmigo misma; Ali, que no te vuelvan a pasar estas cosas. Ali, joder, ¿qué coño hiciste ayer?. Alicia, eres una gilipollas, una inconsciente y, además, tonta, coge el teléfono y llama a alguien para que te cuente qué pasó ayer. Cojo el teléfono y me quedo mirando al infinito por la ventana.
De repente, me están entrando ganas de llorar. No entiendo por qué. Debe ser algo del subconsciente porque no sé decir qué me pasa. Dios, no puedo parar. Algo malo pasó ayer. Estoy poniéndome muy nerviosa. Pero, ¿qué coño pasó? Sigo teniendo el teléfono en la mano, pero ahora no sé si quiero llamar. No sé por qué, creo que es mejor la angustia que la certeza.

Mira, voy a dejar Estopa y voy a arreglarme. Me voy de cañas, que me han llamado. Lo siento, os debo un cuento en condiciones o, al menos, un final.

A ver si me entero de qué pasó ayer y os lo puedo contar. (O no, que hay niños delante).


 

No hay comentarios:

Publicar un comentario