viernes, 27 de diciembre de 2013

Cuento de Navidad

Llego tarde al trabajo. En la calle hace muchísimo frío. Un manto de escarcha cubre el techo de los coches. Está chispeando. Acelero el paso. Todo el mudo a mi alrededor camina deprisa. Las malas caras de Madrid se aglutinan en el centro a primeras horas de la mañana. El viento me silba en los oídos. Miro la hora en el móvil y trato de caminar más rápido. Entonces, oigo un golpe detrás de mí. Me doy la vuelta y veo en el suelo a un anciano. Se ha caído. Su bastón rueda por la acera mientras él trata de levantarse. No me lo pienso. Echo a correr hacia él para ayudarle. La calle está atestada de gente, pero nadie parece haberse dado cuenta. Mientras trato de levantarle del suelo, el anciano me da las gracias en silencio. Nadie me ayuda. Hombres y mujeres pasan a nuestro lado sin apenas mirarnos. Sigo ayudando al anciano a levantarse y pienso en pedir ayuda. Cuando voy a hacerlo, un chico joven se acerca a nosotros y, por fin, logramos levantar al pobre hombre del suelo. Mientras el chico le sujeta, corro hacia el bastón que, claro, nadie nos ha traído. Se lo doy a su dueño y el hombre nos da las gracias temblando. Le acompañamos unos metros y, cuando vemos que está totalmente repuesto, el chico desconocido y yo nos despedimos de él y continuamos nuestro camino.

Antes de irme, me giro y veo al anciano alejarse calle abajo. Miro también a la gente. Nadie ha sido capaz de ayudarle. No lo entiendo. Todos siguen caminando deprisa con cara de amargados. Ya no vuelvo a mirar el reloj.

A lo lejos, iluminando la calle, una luz fluorescente de neón, reza la hipocresía que rodea esta ciudad.

Feliz Navidad.

Yo no creo en la navidad. Me ponen enferma los villancicos y me repugna el consumismo que se genera en estas fechas en nombre de una religión el la que no creo. O que creo que no debería ser así. ¿Qué se puede esperar ya de la gente? ¿Qué podemos pedirle al mundo si lo más importante para algunos es que les caiga el ipad, la play o dinero? El mundo es un estercolero. Nadie ayuda a nadie si no le reporta un beneficio. Nadie se preocupa por nadie. Nadie tiende su mano por otro. Ahora, eso sí, todos nos reunimos a cenar para celebrar el nacimiento de la primera persona que dio su vida por la humanidad mientras, a nuestro lado, vemos a gente que nos necesita. Pero basta con mirar para otro lado. Y así va el mundo... y así seguirá.

lunes, 2 de diciembre de 2013

Los ángeles no existen

No sé por qué motivo muchas veces pensamos que no puede pasarnos nada malo. Que siempre les pasa 'a otros' y que nosotros tenemos una especie de ángel de la guarda que nos protege de todo mal.

No es así.

La vida es injusta y, además, una mierda. Porque llega algo contra lo que no se puede luchar. Y se queda. Y tratas de impedirlo, aunque ya no puedes. Y viene la impotencia que te dice que TÚ DEBERÍAS HACER ALGO. Pero no puedes. Aunque piensas que debe haber alguna esperanza que nos diga que no, que estamos en un error, que esto no puede estar pasando porque a las buenas personas no les pasan estas cosas. No debería ser así. Pero lo es. Y el golpe es tan intenso que quieres parar el tiempo, gritar, llorar, convertirte en un niño y dejar pasar la tormenta y que te digan que ya está, que ha sido solo una puta pesadilla y que nada de lo que estás viviendo es cierto. Simplemente porque NO PUEDE SER CIERTO. Pero no eres un niño, estás despierto. Y las cosas son como son, y la vida es injusta, y se ha presentado algo que es más fuerte que el amor y que el dinero y que la ciencia. Y no sabes qué hacer. 

Y pierdes, de forma fulminante, lo que más quieres. Y no puedes hacer nada. Y te quedas llorando. Perplejo. Triste. Y nunca vuelves a vivir del todo.

Y sientes que te han robado. Y odias, No sabes a qué ni a quién pero odias. Y pasas la vida acumulando rencor que no va dirigido a ningún lugar.

Y lloras. Y, sobre todo, recuerdas.