jueves, 15 de enero de 2015

Fátima

Dicen que los gatos son más sensitivos que las personas. Que los animales escuchan los latidos de nuestro corazón y sienten emociones que quizá los humanos no seríamos capaces de explicar ni con un millón de versos. Dicen que esos amigos que nunca nos abandonan son leales y fieles. Dicen que son de personalidad y carácter fuerte. En alguna parte leí que un gato nunca será tu esclavo ni tu seguidor. Que eres tú quien ha de serlo de tu gato.
Nunca había visto que un animal, en este caso un gato, en este caso tu gata, Fátima, pudiera seguir viviendo cuando ya el destino había decidido que dejara de hacerlo. Eso no se llama lealtad, ni fidelidad, ni compañía, ni siquiera puedo llamarlo afecto. Eso es fortaleza y amor.
Mucha gente piensa que los gatos no aman, o no lo hacen de igual manera que otros animales. Fátima era diferente. Era de gran carácter, como tú, amiga, y era a veces huraña y protestona. Pero sabía ser dulce, como tú. Sabía mirar a los ojos con sinceridad y sabía que era una princesa. La princesa manchadita de la casa. La que se sentaba a vuestro lado en el desayuno y veía la tele acurrucada en la cama. La gatita tricolor que sabía lo bonita que era y paseaba con la gracia de una modelo y el orgullo silencioso de todos los felinos.
Quizá escuchéis el susurro de sus andares por los rincones de la casa y sintáis que ella sigue caminando en silencio a vuestro lado. Algo tan hermoso no se pierde de un día para otro. Sus enormes ojos ahora están cerrados, pero algo en vuestro corazón nunca morirá. Fátima se ha ido, pero nunca lo que fue para vosotros. Nunca se va del todo aquello que se extraña.
Ella quiso esperar a que tú llegaras y darte el último abrazo. No pudo esperarte y sé que eso es lo más difícil. Pero, amiga, que no pese más eso que estos dieciséis años a vuestro lado. Que no pese más que la gracia que tenía para sentarse en posturas imposibles o la belleza que destilaban sus andares pausados. O que se despertara para hacerte compañía esas mañanas de café y sueño.
Ahora está tranquila. Ya imagino que su último pensamiento fue para las tres personas que más quiso en la vida; su padre, su madre y su hermana.

"El paraíso nunca será paraíso a no ser que mis gatos estén allí esperándome"

Fátima; Origen árabe. Única.

Y es que ella era, simplemente, única.

jueves, 8 de enero de 2015

Álvaro y el mar

El niño mira hacia el mar con la seguridad de que las olas no podrán tragarle. Sus ojos, azules como un cielo despejado, se oscurecen cuando mira las profundidades del océano. Sus bracitos permanecen aferrados a las caderas de su madre. Una sonrisa blanca asoma en un rostro bañado por los rayos del atardecer y el niño respira desde su sonrisa la sal que empapa sus mejillas.
Su madre le observa con inmenso cariño y palmea la espalda del pequeño para que se acerque a la orilla. 
La escena es silenciosa. El niño se acerca y baña sus pies descalzos en el mar. La olas rugen desde algún lugar alejado de la costa donde vienen a morir. Sabe este niño que su vida estará ligada al mar que roza ahora su vientre, pues el pequeño ha ido sumergiéndose en el agua que, cálida, lame su blanco cuerpo. Respira muy fuerte y coge aire para enfrentarse a hundir la cabeza y sus rubios rizos en el agua. Su madre le observa sonriendo desde la orilla y él, cuando saca de nuevo la cabeza, antes de limpiar sus ojos de restos de tierra, agua y sal, la saluda riendo sin parar. 
El niño ahora es mayor. El mar siempre ha estado presente en sus sueños, en su vida. Quizá la primera escena no fue realmente como yo he relatado. Quizá fue muy diferente. Me gusta imaginarme que su amor por el mar surgió así, que fue un amor a primera vista. 
Ahora las cosas han cambiado. Ahora su madre no le mira desde la orilla y él corre hacia las olas que rugen en el corazón del mar. Ahora él rompe las olas. 
Sé lo que es una pasión, algo sin lo que no podrías vivir, o algo sin lo que la vida se convertiría en un espejismo demasiado largo y tedioso de sobrellevar. A mi amigo le apasiona el mar, el surf. 
Sé que mi amigo ya no es ese niño, aunque conserve sus ojos igual de claros que entonces y su sonrisa igual de sincera. Las olas del mar le han hecho fuerte, las olas de la vida quizá le debilitan. Marinero en tierra, que decía Machado. Que no te venza la mala suerte, que no te gane la vida. Sigue siendo tú mismo cada día, cada paso, sigue recibiendo las acometidas de la vida como lo has hecho siempre, sigue rompiendo las olas y sigue haciéndolo con esa gran bondad y con esa energía que sólo tú tienes. No dejes que gane el mar. No dejes que el cielo se vuelva oscuro sobre tu cabeza y sortea los obstáculos de la vida con calma y paciencia. Sigue adelante porque vamos a seguir a tu lado. Sigue. Siempre adelante. Gírate y sonríe. Nosotros vamos a estar siempre esperándote en la orilla.