viernes, 22 de noviembre de 2013

Infierno

Entro en un bar cualquiera, en una calle cualquiera, de una ciudad cualquiera.

El ambiente me oprime según cruzo el umbral de la puerta. Hay demasiado humo. Y demasiado ruido. La gente habla a gritos mientras consume grandes cantidades de tabaco negro. Siento una profunda arcada.

No sé qué coño estoy haciendo aquí. Me acerco a la barra y miro la lista de bebidas. Todas tienen nombres extraños. Le pido a la camarera una cerveza y mientras me la sirve me fijo en que va vestida de una manera... peculiar. Dos coletas, purpurina en los ojos, una falda de lunares, un corsé que apenas deja lugar a la imaginación... Me doy cuenta de que todos los que están en la barra, exceptuándome a mí, son hombres. Dejo que sigan babeando con la camarera y me dirijo hacia una de las mesas donde me esperan mis amigos. No paran de hablar. Y de fumar.

A mí no me apetece intervenir en la conversación (hablan de un tal Toni, al que no conozco) y reparo en la decoración del bar.

Todo es rojo. La luz roja, cojines rojos, mesas, sillas, cuadros, vasos... todo es rojo. Me empiezo a agobiar. Mis amigos no se dan cuenta de nada y siguen de palique. Le doy un trago a la cerveza. Ya me encuentro mejor, pero no del todo. Me levanto para ir al baño, necesito estar sola. Una de mis amigas se empeña en venir conmigo y, de camino al baño, me aburre con su conversación. Yo solo pienso en que los lavabos no sean rojos.

Error. Son rojos. Qué pesadilla. Necesito salir de este puto antro. Siento que estoy en el infierno. Al fin, mi amiga se da cuenta y pregunta que si estoy bien. Le respondo moviendo la cabeza afirmativamente. No puedo hablar. Otra náusea pugna por salir de mi boca y ya no puedo retenerla. Qué asco, dice mi amiga. Gracias.
Ahora sí me encuentro mejor. Me mojo las manos y la nuca. Miro mi imagen reflejada en el espejo.
Tengo los labios pintados de rojo y el humo ha conseguido que mis ojos vayan a tono con el local.

Cuando salimos del baño, nos cruzamos con un chico que me hace un gesto asqueroso con la boca. Le correspondo con cara de desprecio pero, el muy gilipollas, sonríe.

Pasamos de él y seguimos caminando. Un poco más allá vemos a dos chicas dándoselo todo y un corrillo de tíos que se dan codazos y se ríen mirándolas. Durante un rato no puedo dejar de mirar la escena, que me parece a todas luces repugnante. En el corro hay dos amigos míos.

Mi amiga me empuja para que siga avanzando.

Un chico está tirado en el suelo vomitando un líquido negro. Trata de levantarse pero no lo consigue. Se me queda mirando, sin duda quiere que le ayude. Extiendo el brazo, ofreciéndoselo. Mi amiga me mira como si estuviese loca y le digo que se vaya con éstos, que ahora la alcanzo. El chico agarra mi mano con tanta fuerza que me hace daño. Consigue levantarse con dificultad y se apoya en mi hombro mientras me da las gracias.

Huele fatal. Como a sudor, a chicle, a vodka, a tabaco... me vuelven a entrar ganas de vomitar, pero esta vez logro contenerme.

El chico borracho se acerca a mi oído. Empiezo a pensar que ha sido una mala idea ayudarle y que más me valía haberle dejado tirado en el suelo. Me suelta una verborrea sin sentido y yo le doy la razón en todo. Al fin, logro sentarlo precariamente en una silla y trato de irme, pero su mano sigue aferrando la mía con fuerza.

Va a ser una noche muy larga.

Joder.



2 comentarios:

  1. Yo le echaría un ojo a la afirmación: todo son hombres en el local menos yo, y luego, una amiga te acompaña al baño. O bien, estaba antes (es lo que parece, y tu afirmación anterior pierde efecto), o métela cuando puedas(otra que entra flipando como tú) o que te acompañe un colega masculino, o ve sola al baño, joder, que el tópico de dos tías juntas refuerza el asco que me ha dado el garito. Beso.

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