lunes, 30 de septiembre de 2013

Pesadilla

Acabo de llegar a casa de la universidad. El teléfono no ha dejado de sonar. No cojo números de desconocidos, es una manía que tengo. Llaman. Silencio el móvil. Otra vez. Y otra. Y otra. Me estoy empezando a preocupar. Si vuelve a llamar lo cojo, igual es una urgencia.
No vuelven a llamar. Bueno, pienso, si fuera tan importante llamarían a casa. Enciendo el ordenador. Mientras arranca, me pongo a leer. No me concentro. ¿Quién sería? Busco el número en el registro y llamo. Comunica. 
Llevo todo el día sin concentrarme en nada. ¿Quién sería? La pregunta rebota en mi cabeza sin parar. Llamo a mi madre. 

-¿Hola?
-Hola, mama, ¿Qué tal?
-Ocupada. ¿Qué pasa?
-¿Me has llamado tú antes?
-No. Y tengo que dejarte, hija. Un beso.
-Adiós...

No era mi madre. Eso me tranquiliza bastante. De todas maneras, ¿Quién sería? Vuelvo a marcar el número. Nada, comunica. Joder.
Trato de dejar de pensarlo. No puedo. Soy demasiado obsesiva para esas cosas. ¿Quién sería? Empiezo a pensar en multas, accidentes, mi hermana, mis amigos...
Trato de distraerme con el Facebook. Nada. Lo de leer ya lo descarto directamente. La tele no me gusta. ¿Quién sería?
Cojo el móvil y vuelvo a marcar el número. Esta ya es la última vez que lo intento, me digo. Da señal. Al primer tono, cuelgo. No me lo esperaba. ¿Estás gilipollas o qué? Me recrimino. Vuelvo a marcar. Espero. Un tono. Dos. Tres. Al cuarto responde una voz desconocida.

-¿Diga?

Es una voz áspera, desagradable. De mujer. De vieja. No respondo.

-Alicia, ¿eres tú?

¿Quién es y por qué sabe mi nombre? Continúo guardando silencio.

-Claro que eres tú.

Ahora sí que no respondo. Acabo de reconocer la voz. Estoy a punto de desmayarme del miedo. Me siento en el borde de la cama temblando. A pesar del terror que siento, no me atrevo a colgar.

-¿No vas a decirme nada? Claro, como si lo viera. Estás acojonada. Haces bien.

No dejo de temblar.

-¿Qué quieres? 

Lo suelto con una potencia que no se corresponde a mi estado. No tengo ni idea de cómo han podido brotar las palabras de mis labios.

-Avisarte. Estás a punto de morir.

Me pongo a llorar. Tengo mucho, muchísimo miedo. ¿Cómo me ha encontrado? Sigo inmóvil. Y dejo de llorar. Estoy a punto de morir. Sé quién eres. Y sé que no mientes.
Esto no puede estar pasando. No. Tiene que ser una pesadilla. Pero demasiado bien sé que no es un sueño. que es real. Que no me queda mucho tiempo.
Despacio, bajo la mano en la que llevo el teléfono y cuelgo. Miro mi habitación por última vez. Me gustaría escribirle unas líneas a mi madre y a mi hermana, pero la muerte no espera. Todo sucede deprisa. Horas más tarde, el médico dirá que se ha tratado de una insuficiencia cardíaca, Una pena siendo tan joven, añadirá al ver a mi madre desconsolada. 
Mientras me desplomo en el suelo, alcanzo a ver el rostro surcado de arrugas de la anciana con la que acabo de hablar por teléfono. Te avisé, Alicia.

Es cierto.

La había visto innumerables veces en mis sueños.






Por qué Filología.

Bueno, a ver. Ya me he cansado. Voy a responder a una pregunta que me tiene harta. Voy a tratar de no ser demasiado grosera, pero esto va para todos aquellos que me preguntan "¿Para qué estudias letras?" y se contestan solos "¡Eso no sirve para nada!"
En primer lugar, es cierto, NO SIRVE PARA NADA. Me metí a estudiar Filología Hispánica porque me encanta leer. Si, ya lo sé. TOPICAZO. Sí. Pero lo digo enserio. Me gusta leer novelas, poemas, relatos y me apasiona el teatro.

La lengua no me llamaba tanto la atención pero, desde pequeña, he corregido a mis amigos y a mi familia tanto faltas de ortografía como de expresión. A veces soy un poco pedante, lo confieso. Y tengo un error grande. Soy muy laísta. No todos somos perfectos.

Tengo que decir que, en mi decisión a la hora de decantarme por una carrera, lo tenía claro. Mucha gente ha influido en cómo soy ahora, especialmente mi madre, mi hermana, mi tía y mi padre.
Mi hermana me enseñó a hablar, a utilizar bien las palabras, a hablar bien. También me regaló todos sus libros y me recomendaba cosas que sabía que me iban a gustar.
Mi madre es maestra de primaria. Y a ella le debo el saber leer, el amor por la lectura y el odio a las faltas ortográficas.
Mi tía es filóloga alemana. Con ella despertó mi curiosidad de "saber más". Gracias a ella conocí algunos de los libros que más han influido en mis 23 años de vida. (Entre ellos a José Saramago y su "Ensayo sobre la ceguera").
De mi padre... Ya lo sabéis. Mi padre me regaló la poesía.


La literatura, en su fin último, no sirve para nada si no quieres que te sirva para nada, eso no es discutible. Pero no olvidemos que uno de los mayores atractivos del arte en todas sus vertientes, es precisamente su inutilidad práctica.

Y estudio lo que estudio PORQUE ME GUSTA, porque tuve la suerte de que mi familia me apoyó en la decisión, porque nadie trató de imponerme nada y porque, cuando yo les dije lo que iba a estudiar, ellos ya lo sabían. Y se alegraron.

La única respuesta que puedo darle a la gente que hace esa estúpida pregunta "¿Por qué filología?" es un simple "¿Por qué no?"

domingo, 29 de septiembre de 2013

Única

Esta es tu historia. No, perdón, tu Historia. Sí, la tuya, chica rubia. Tuya y solo tuya. Permite que me incluya en determinados momentos, solo voy a hablar de lo que veo. Pero da igual lo que diga. Esto es única y exclusivamente para ti, que eres única. Para ti, que vives soñando. Para ti, que dejas entrar en tu mundo a cualquiera que tenga algo bueno en su alma. Dejas entrar a cualquiera porque crees que cualquiera tiene algo bueno. Eres diferente, distinta. Eres especial en el mejor sentido de la palabra. Porque nunca has tenido un mal gesto para mí ni me has mirado por encima del hombro (aun siendo más alta). Porque por eso te quiero. Esto es para ti porque has escalado un puesto en mi corazón. Porque cuando te miro estoy a gusto. Porque sé que confías en mi. Y porque confío en ti aunque te haya dicho mil veces que eres una bocazas. Por ser la reina del duro y de las borracheras por Madrid. Porque sin ti, mis historias no serían las mismas. Porque desde hace años, eres protagonista indiscutible de los mejores momentos de mi vida. 

Y, porque, esta ciudad gris, no tendría luz si no estuvieras a mi lado para iluminarla con tus ojos. 
Te quiero, Delia.




Y, entonces, sucedió. Conocí a la persona que habría de cambiar mi vida para siempre. Era alta, rubia, delgada. Era diferente a mi. Tenía los ojos azules. No paró de hablar durante cuarenta minutos seguidos. En los momentos en los que tomaba aire, yo trataba de responder con monosílabos. No recuerdo de qué estaba hablando. Sólo pensaba en que era una persona ajena a lo que yo había conocido hasta ese momento. Confieso que no tengo predilección por la gente que habla demasiado, pero con ella fue diferente. Me cautivó. No era la típica imbécil que se dedica a darte el coñazo. Bueno, un poco. Estuve tratándola muchos años antes de que ninguna de las dos se decidiera a dar un paso más allá en nuestra relación de amistad. Colegas de parque y punto. Todo el mundo vale para tomar una copa.

Con el paso de los años, la chica rubia me fue dando poco a poco pedazos de su corazón. Pequeños trocitos que yo recogía e iba guardando. Sin darme cuenta de que ella estaba recogiendo lo mismo que me entregaba. 
Cuando quise darme cuenta, ya la necesitaba demasiado. Por eso no puedo pasar sin ella, sin verla, sin saber cómo está. Sin reírme con ella.

Nadie sobrevive con medio corazón. 


Bili, el Perro

No soy muy "de perros". No me gusta que me babeen, me llenen de pelos ni que se me suban encima. A pesar de esto, da la casualidad de que prácticamente todos mis amigos tienen uno. Salvo en casos en los que tienen dos. Total, que estoy empezando a cogerles cariño. De entre todos los perros, hay uno al que me gustaría dedicarle unas líneas.

Se llama Bili. No sé exactamente cuántos años tiene (creo recordar que dos, pero tampoco viene al caso). Es un dogo argentino; el típico perro que acojona. Recuerdo que le dije una vez a Charly, su dueño, que si no lo conociera, me cambiaría de acera al verle.
Bueno, al lío. Resulta que a este perro, sus antiguos dueños, le cortaron las orejas, lo dejaron atado a un árbol y lo abandonaron para que muriera. ¿El motivo? (Bueno, aparte de que se trata de gentuza sin un gramo de escrúpulos en la sangre, ni humanidad, y unos salvajes de mierda), creemos que es porque no era válido para las peleas (sí, sigue habiendo peleas de perros en este puto mundo). Cuando le encontraron en esas condiciones (huelga decir que estaba también desnutrido), María (que fue su salvadora) se lo llevó a casa "provisionalmente". Nadie quería quedarse con él porque era un perro potencialmente peligroso, atacaba a los otros perros y, además, no cualquiera puede hacerse cargo de un animal de semejante tamaño.

Al final se lo quedó Charly, un gran amante de los perros que encima es entrenador canino. De esto hace ya dos años y es increíble ver el cambio que ha pegado Bili. Es tranquilo, simpático, juega con el resto de perros y si está atado, jamás se queja. Ahora es feliz. Pero, sobre todo, Bili es un perro extremadamente fiel. Pocos animales he visto que quieran tanto a su dueño ¿o debería decir a su amigo? Le mira con ojos humanos, de agradecimiento, respeto, cariño y, si me apuras, veneración.
Y de Charly. Solo puedo decir que siente exactamente lo mismo por Bili.

Cuando les veo juntos (o sea, siempre, porque no se separan), pienso que la frase aquella de "el perro es el mejor amigo del hombre" tuvo que pronunciarla un charly mirando a su bili.





Miguel Hernández

Escuchan a Miguel. Todos los días y a la misma hora. Los dos. Miguel no sonríe. Está serio, triste y cansado. Ellos sí sonríen. Miguel les habla de guerra, victoria y revolución. De otro tiempo… 

Conocí a Miguel hace seis años. Era verano. Mi padre recitaba un poema en la terraza. Los dos fumábamos un cigarro mientras el sol nos adormecía. El cielo estaba completamente despejado. Me enamoré de Miguel nada más conocerle. Nunca le agradeceré lo suficiente a mi padre que me lo presentara.


Y nunca le agradeceré lo suficiente a Miguel que me regalara esas tardes con mi padre.

Os dejo con uno de los, (en mi opinión), mejores poemas de este genio;

Me llamo barro aunque Miguel me llame.
Barro es mi profesión y mi destino
que mancha con su lengua cuanto lame.

Soy un triste instrumento del camino.
Soy una lengua dulcemente infame
a los pies que idolatro desplegada.

Como un nocturno buey de agua y barbecho
que quiere ser criatura idolatrada,
embisto a tus zapatos y a sus alrededores,
y hecho de alfombras y de besos hecho
tu talón que me injuria beso y siembro de flores.

Coloco relicarios de mi especie
a tu talón mordiente, a tu pisada,
y siempre a tu pisada me adelanto
para que tu impasible pie desprecie
todo el amor que hacia tu pie levanto.


Más mojado que el rostro de mi llanto
,
cuando el vidrio lanar del hielo bala,
cuando el invierno tu ventana cierra
bajo a tus pies un gavilán de ala,
de ala manchada y corazón de tierra.
Bajo a tus pies un ramo derretido
de humilde miel pataleada y sola,
un despreciado corazón caído
en forma de alga y en figura de ola.

Barro en vano me invisto de amapola,
barro en vano vertiendo voy mis brazos,
barro en vano te muerdo los talones,
dándote a malheridos aletazos
sapos como convulsos corazones.

Apenas si me pisas, si me pones
la imagen de tu huella sobre encima,
se despedaza y rompe la armadura
de arrope bipartido que me ciñe la boca
en carne viva y pura,
pidiéndote a pedazos que la oprima
siempre tu pie de liebre libre y loca.


Su taciturna nata se arracima,
los sollozos agitan su arboleda
de lana cerebral bajo tu paso.
Y pasas, y se queda
incendiando su cera de invierno ante el ocaso,
mártir, alhaja y pasto de la rueda.

Harto de someterse a los puñales
circulantes del carro y la pezuña,
teme del barro un parto de animales
de corrosiva piel y vengativa uña.

Teme que el barro crezca en un momento,
teme que crezca y suba y cubra tierna,
tierna y celosamente
tu tobillo de junco, mi tormento,

teme que inunde el nardo de tu pierna
y crezca más y ascienda hasta tu frente.

Teme que se levante huracanado
del blando territorio del invierno
y estalle y truene y caiga diluviado
sobre tu sangre duramente tierno.

Teme un asalto de ofendida espuma
y teme un amoroso cataclismo.

Antes que la sequía lo consuma
el barro ha de volverte de lo mismo.

viernes, 27 de septiembre de 2013

Percepciones

Está triste.
¿Por qué lo dices? Está sonriendo.
Por eso.

Cuando la sonrisa de una persona es triste, sabes que ha tocado fondo. Aprendes a diferenciar una sonrisa de otra. Llegas a odiar a aquel que, de forma involuntaria, deja entrever su dolor detrás de esa mueca que no es más que una máscara o una horrible sombra de lo que fue antes. Antes de la sonrisa. La sonrisa triste, claro. Porque uno no nace con esa tara, ese "defecto". No. Cuando vemos una sonrisa triste, estamos delante de alguien al que se le ha roto algo por dentro. Y no me refiero a ningún órgano. Me estoy intentando poner metafísica. Seriedad. Puede que la sonrisa triste sea un reflejo de algún fracaso. Pero, ¿quién no ha fracasado alguna vez? No. No se debe a eso.
Lo que creo es que lo peor de ese tipo de sonrisas es que nos deja asomarnos a lo que ha sido una persona "feliz" (si es que el término "felicidad" podemos usarlo hablando de personas), porque, claro, si vemos a alguien llorando no nos sentimos engañados, Vale, estás triste, ¿cómo te ayudo?

Ahora creo que una sonrisa triste no es necesariamente una máscara, no es una ofensa. No lo veamos como un insulto a nuestra inteligencia o a nuestra indudable capacidad de percepción (cualquiera puede reconocer una sonrisa triste, CUALQUIERA). Tampoco creo que se trate de un escudo; una sonrisa triste es uno de los gritos más potentes, desgarradores y terroríficos que existen. Y, encima, tienen la peculiaridad de que son gritos absolutamente inofensivos y silenciosos ("al viento le digo por si el viento quiere oírme", que decía mi padre). También son involuntarios. Salen solos. Nadie puede fingirlos. Por eso dan tanto miedo. Notamos algo dentro (si, otra vez en plan metafísica, guarros) que nos llega y nos remueve mucho más que un grito agónico (que, al final, es eso; un grito agónico).

Me he puesto a reflexionar sobre esto porque últimamente veo muy a menudo esa sonrisa. Es alguien muy importante para mí y lo único que deseo es transformarla en una risa real, sincera, limpia. Pero, ¿no es esa una forma sutil de disfrazar el miedo? No quiero mirar esa sonrisa, no quiero verla. Pero quiero verla. A veces me digo que menudas estupideces se me ocurren, que estoy gilipollas. Pero luego, vuelvo siempre al mismo punto. A su sonrisa y, por ende, a su tristeza.
En lugar de temer, despreciar e incluso odiar esa sonrisa, tenemos que convivir con ella. Aceptarla. Cuando veas de lo que te estoy hablando (en el caso de que se me esté entendiendo, que creo que no), cuando alguien te muestre esa parte de sí, ten presente que le acompañará toda la vida. No será la única, claro. Pero cuando menos te lo esperes...ZAS. Piensa solo que el origen del miedo que nos genera es el pensar No comprendo por qué en lugar de buscar consuelo, no dejas adivinar lo que estás sintiendo, ¿por qué me mientes? Y eso es un error.

Una sonrisa triste es una de las formas de expresión más sinceras que he visto en mi vida.

Perdón por rizar el rizo.

miércoles, 25 de septiembre de 2013

Rutina y Neruda

A las ocho suena el despertador, como cada mañana. Como cada mañana, Julián lo atrasa veinte minutos. Cuando vuelve a sonar, abre los ojos y lo apaga. Se levanta lenta y pesadamente mientras va desperezándose. Como todos los días, va al baño y deja correr el agua de la ducha mientras se lava la cara y se observa en el espejo. Tiene cuarenta y dos años. Sus ojos se detienen en los ojos que le devuelve la imagen reflejada y se preguntan dónde está su juventud. Sin pararse a meditar, más por falta de tiempo que de ganas, se desviste y se mete en la ducha. Cuando sale, se envuelve en una toalla, se seca y se viste rápidamente con la ropa del trabajo. Abre la puerta del baño y le llega el olor a café que tanto le desagrada. Termina rápido de arreglarse- peina el poco pelo que tiene, se lava los dientes y se echa desodorante-. Coge las llaves y finge que no la ha oído. Pero ella le ha visto. Le ofrece café, como cada mañana y él, como siempre, lo rechaza. Sin darle un beso de despedida a su mujer, sale de su casa y se va a la parada del autobús, aún no se ha decidido a sacarse el carnet de conducir. Tras diez largos minutos, llega el autobús; el tiempo siempre es más largo cuando uno espera. Dos chicas jóvenes se suben con él. Julián escucha sonriendo. Están nerviosas porque tienen un examen. De literatura.  De pronto, escucha una frase de una de ellas. Y se echa a llorar. Recupera tantos y tantos recuerdos de su juventud de un solo golpe que le duele. Y la recupera a ella. Se pregunta cómo ha terminado así, con una vida tan insustancial y triste, él que siempre había sido tan alegre. Y por fin entiende el significado de esa frase, y de ese poema perdido en la memoria...

Puedo escribir los versos más tristes esta noche...