martes, 25 de febrero de 2014

A Barcelona

Se oye respirar a la ciudad desde las muchas calles que cruzan sus transeúntes. Se escucha a lo lejos el rumor del inconstante Mediterráneo y se acercan los vendedores de cerveza y cachivaches que pueblan la Rambla de Barcelona. Anochece en la Ciudad Condal y comienza a despertar la juventud que destruye la monotonía del barrio gótico. La música acalla el clamor popular de diversas manifestaciones mientras las puertas de las tiendas echan el cierre y los restaurantes atraen turistas que abarrotan con sonrisas lánguidas las calles del centro.
Respiro la tentación salada de los barrios antiguos y brotan en mi pecho emociones contenidas que surgen de las páginas de tantos y tantos libros consumidos en la infancia. Barcelona. Estrujo recuerdos al mirar las catedrales y lucho por las consabidas fotos de rigor que supondrán el breve recuerdo de la brevísima visita. Observo los adoquines y las vallas publicitarias. Las luces. El viento de Monjuic vuelve a recordarme la Historia de la sagrada ciudad.
Al volver la vista, la desagradable visión de las grúas me produce un fuerte desasosiego. Plagada de obras, mi Barcelona, no encontrarás el tesoro. Nadie puede buscar algo que está intrínseco en él. No te busques a ti misma, Barcelona. 
El humo de mi cigarro suelta volutas aterciopeladas que estallan y se deshacen en carcajadas e insultos dirigidos a nadie. Las fachadas altas, diversas, horribles y hermosas me tientan a explorar sus calles. Tan teñidas de color como supuse.
Barcelona irreal, voy susurrando canciones de Serrat pensando en la perturbada mente de Gaudí. Cansada, busco un lugar donde sentarme. Y Barcelona me acoge. Y me duerme. 
Perfecta, como te imaginaba.