lunes, 12 de diciembre de 2011

La vida

Las casualidades a veces son muy jodidas.

¿Qué tendría ese hombre? Me ha dado tanta pena que me he puesto a llorar. Ahí, en pleno autobús que, por cierto, estaba lleno hasta los topes. Lo peor (o, supongo, lo mejor) es que quizá no le pasaba nada. Me ha recordado a alguien.

Estaba calvo. Y muy delgado. Y tenía la mirada triste. Y los ojos claros. Pero una sonrisa en los labios. Una mujer  le ha quitado el sitio en el autobús. Me han dado ganas de gritarle que se apartara, que él estaba enfermo. Después me he dado cuenta de que sería una estupidez. Probablemente no le pasaba nada. Pero estaba tan delgado, y parecía tan triste.

Llevaba un pantalón gris y una chaqueta que hoy se consideraría antigua, con coderas, de cuadros.  El hombre no, mi padre. El hombre también. Pero mi padre tenía más clase y más saber estar. Se llamaba Antonio. Mi padre no, el hombre del autobús. Lo he oído por casualidad cuando lo ha dicho su mujer ¿o sería su hermana? ¿Tendría hijos?

Te quiero. No te olvido.
Siempre.