domingo, 13 de abril de 2014

La Odisea de Ulises

-Por fin, veo mi casa - Piensa nuestro héroe - Sigue estando lejos, pero la veo. El barco recoge sus velas y mi corazón ruge. Penélope. Ya estoy aquí, mi amor.

Lo que Ulises no sabe, es que Penélope se cansó de esperar. Que nunca tejió porque no sabía tejer. Que nunca lo intentó siquiera y que se fue con el primer Anfino que cruzó el umbral de su puerta para pretenderla, unas horas después de que Ulises partiera a hacer no se qué no se dónde.

-Ya llego, amada mía. Ya estoy en casa. Y vengo para quedarme. Ya estoy. Ya estoy.

Pobre Ulises, dirá el lector. ¡Nada más lejos de la realidad! Penélope le suplicó que no se marchara. Él hizo oídos sordos y se fue. Penélope lloró, rogó y gritó, pero su esposo se fue. Así que ella hizo lo propio. Y Ulises, entrando en la alcoba, extrañado de no ver a su mujer, encuentra un sobre encima de la cama. Demanda de divorcio. Causa: abandono de hogar.



Y Ulises llora en su palacio. Solo. Siempre solo.

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