jueves, 15 de marzo de 2012

Pareja

-¡Pero mira que eres guapa!
Ella se ruboriza levemente mientras recibe un beso en los labios. Piensa que no, no es guapa. Y menos ahora. Se siente algo ridícula, recién levantada y despeinada. Lleva una camiseta vieja de él, señal inequívoca de que han pasado la noche juntos. Las emociones y vergüenzas de la velada anterior se amontonan en su cabeza como imágenes revueltas e inconexas. Y le mira. Nunca fijamente a los ojos. Él disfruta con la turbación que, recientemente, ha descubierto que es capaz de provocar en ella. La abraza con descaro mientras los brazos y piernas de ella tiemblan. No sabe de qué hablar con él. Es incapaz de olvidar la vergüenza que siente cuando le tiene cerca y se siente vulnerable.
-No...
-Eres preciosa.- Lo dice francamente. Está guapísima con su camiseta, las mejillas encendidas y el pelo revuelto.
Ella niega con la cabeza, sonriendo al fin. Se miran durante unos segundos y vuelven a revivir la complicidad de la noche pasada.
-No seas zalamero.
Él se queda callado; el pobre chico no ha entendido la palabreja. Ahora le toca a él ruborizarse. Y a ella sonreír.
Se miran, y ella le perdona su relativa ignorancia y él su excesivo pudor. Y piensan, cada uno por su lado, que si no fuera precisamente por esas cosas, no se querrían tanto.




No nos molestan aquellos defectos que nosotros no tenemos. (Miguel de Unamuno)

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