jueves, 15 de marzo de 2012

La leche

Soy muy chiquitita. Siempre he sido, como mínimo, un palmo más pequeña que el resto de chicas de mi edad. De pequeña, mi madre me decía que era por no tomar calcio. Yo quería crecer. De verdad. Pero no me gustaba la leche. El vaso del desayuno que me hacían tomar nada más levantarme me daba arcadas. Odiaba la leche, sobre todo si estaba caliente, porque podía ver los trozos de nata flotando sobre los grumos del Cola-Cao. Eso me asqueaba más que cualquier otra cosa. Mi madre me veía tan pequeña que, queriendo culpar a la falta de calcio de mi poca estatura, me obligaba a tomármelo. Yo me negaba categóricamente. Así que mi madre tenía que sentarse a mi lado e ir dándomela a cucharadas (pequeñas, por supuesto) con lo que tardábamos bastante más en llegar al colegio y que nos desesperaba a ambas.
Un día encontré (o, más bien, creí haber encontrado) el modo de librarme;
-Mama, si te sales fuera y no me miras, me lo tomo.
De esta manera, podía tirar a hurtadillas la leche por el fregadero y ella se quedaba contenta. Pero esa estratagema duró poco tiempo. A los días, me espió tras la puerta y vio cómo la tiraba. Y se enfadó. Muchísimo. Pero dejó de obligarme a tomar el consabido vaso mañanero.

Aún hoy, cuando huelo la leche, recuerdo esas mañanas al lado de mi madre, intentando convencerla de que la leche y mi estatura no tenían relación.



1 comentario:

  1. Estoy de acuerdo cn tu mother!! mirame a mi sino... jajaja
    un bsazo melon!!

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