martes, 14 de octubre de 2014

Sáhara

Tu nombre escrito en la arena ya no es tu nombre. El atardecer reblandece los párpados y una nube de polvo espesa y dorada lo convierte en arcilla. Arcilla que en mis manos inexpertas danza con el viento. Arcilla que en tus labios azules despelleja el mármol del significado de tu nombre. Las estrellas titilan sobre nosotros y tú las enciendes con pinceladas que, aún doradas, acarician suavemente los rayos estelares. Y ellas sonríen pequeñas y distantes, amadas y muertas, en el cielo crepuscular que tú conviertes en poesía. Arrullas mis manos acariciando una a una las yemas de mis dedos. Planeas despacio  sobre mi pelo. Me despeinas, te ríes, me acaricias. Me respiras. Te respiro. Y tú ríes. Despacio, cansado, ahogado en ti mismo me escuchas en el grave susurro de la eternidad. Porque tú eres la eternidad y el descanso. Eres sueño y tiempo. Eres alergia y semilla. Eres azul. 
Y te miro. Y te escondes en los versos que componen tus idas y venidas. Eres gente. 
Y me miras. Y me aturdes con tus cánticos errantes. Porque tú eres errante y montaña. 
Y tu nombre se diluye entre polvo de silencio. Y lloras. Y recuerdas. Eres memoria y tiempo. 
Eres desierto. 

Al Sáhara. Por tanto.

A los saharauis. Desde hoy y para siempre. Seguiremos preguntando por el mar.

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