lunes, 20 de octubre de 2014

Tú y yo

Cierra los ojos y dame la mano. Siente mi mano. Mis huesos. Mis dedos. Mis uñas. Palpa cada uno de los pliegues que la forman. Confía en mi. Cierra los ojos y susurra palabras de aliento que no escaparán de tus labios porque morirán agotadas en hermosas caricias.
Siente mi cuerpo. Mis brazos. Sube hasta girar levemente en la hondura de mis hombros. Rodea mi cuello con tus manos y continúa explorando mi cara, mi pecho, mis cejas, mi sexo. Baja por las piernas y detente en la raíz de la rodilla. Acaricia y araña mis pies.
Date la vuelta y desliza suavemente tu mano por mi espalda.

Ahora sé que me amas. Que confías en mí. Que has visto con los ojos cerrados mi cuerpo y has comprobado que es igual al tuyo. Has contado los dedos de mis manos y mis pies. Has acariciado mis labios y habrás notado arrugas, baches, durezas, pellejos, heridas en mi piel. Habrás comprobado que soy humana. Como tú. Querrás que yo acaricie de igual manera tu cuerpo, y lo haré. Y confiaré en ti. Amaré ese cuerpo que se ofrece voluntario a que mis manos lo exploren.
Oiremos nuestras respiraciones que se irán acompasando acordes al silencio que rodea la escena. Sentiremos la necesidad física de mirarnos. De reflejar el cuerpo del otro en nuestros ojos. De saber cuál es la impresión causada.

Abrirás los ojos amándome. Verás mi cuerpo oscuro. Mi piel de ébano. Mis rasgos redondos, mis labios carnosos y mis enormes ojos oscuros.
Me preguntarás mi nombre y serás incapaz de pronunciarlo. Querrás saber de dónde vengo y no sabrás situar mi procedencia en tu maldito mapa mental.
Hace unos segundos tu y yo éramos iguales.

¿Dejarás de amarme?

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