sábado, 4 de enero de 2014

Mi habitación o Viaje en el tiempo

Dos caballos. Uno, el más rápido, negro como el tizón. El otro, a la zaga, blanco como la nieve. Corren por un río, sobre el que flota una gran rosa morada. Tras ellos, un bosque espeso. Un poco más arriba, sonriente y redonda, brilla la luna. Un par de frases anotadas en un papel y varias fotografías observan esta carrera. Frente a ellos, París. El río Sena mira aburrido al río que surcan los caballos. Lejos, se alza la torre Eiffel. Aquí brilla el sol.
Ajeno a la carrera, de espaldas, un gato observa el Coliseo de Roma. Vacío, sereno y grandioso. A su lado, Estopa me canta una bossanova desde el mes de Mayo. Mis amigos, de reojo, les critican. Dos gatos pardos duermen entre ellos.
Mi madre me sonríe con veinte años y mi padre me sostiene en brazos. Mi hermana juega a mi lado.
Kiko Veneno pasa de todo.
De frente, Berlín. La liberación. La caída del muro y cientos de personas que gritan, hacen fotos y saludan.
A su lado, Galicia me muestra lo salvaje que puedo llegar a ser. Y, algo más alejada, la chulería madrileña me recuerda de dónde soy.
Palestina llora en un rincón.
Borges me mira de reojo. Lo sé, viejo, debería prestarte más atención. Noto a Miguel Hernández celoso; hace mucho que no le hago caso. Pero sabe que le adoro. Los poetas chilenos se sacuden el polvo del camino y Ricardo Piglia trata de secarse por el paseo que acabo de darle bajo la lluvia.
Detrás de mi, un fragmento de cierta obra me recuerda que los sueños, sueños son, mientras se refleja en la cola de una ballena del océano antártico.
En otro lado, Violadores del Verso me saluda desde el 2006 mientras un oso irlandés sonríe mirando la plaza más famosa de Marruecos.
Las máscaras venecianas, ajenas a todo, disfrutan del paisaje.

Yo misma me observo escribiendo.

Y los caballos continúan, como siempre han hecho y siempre harán, disputándose la meta.


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