martes, 1 de octubre de 2013

En sueños

Voy a contaros el sueño que he tenido esta noche. Como pasa con todos los sueños, cuando me he despertado, no me acordaba de cada detalle, pero voy a tratar de ajustarme a lo que recuerdo.
Ha sido una pesadilla horrible. Según me he despertado, me he puesto a apuntar todo porque no soporto olvidarme de los sueños.

Bueno, lo cuento;

Estoy en un lugar cualquiera de una calle cualquiera un día cualquiera. Hace sol. Las casas de esta calle cualquiera son casitas bajas, con su jardín y su garaje. No estoy sola. Estoy con unos amigos. Concretamente Munir, Lorite y Laura.

De manera inexplicable, ya no estamos en la calle, sino dentro de una de las casas. En el garaje. Está todo destartalado, con cables por medio y mucha basura acumulada. Como suele suceder en los sueños, estás en determinado lugar por algo, pero no sé qué hacíamos allí.
Aparece un hombre, sin duda el dueño de la casa. No puedo dar muchos datos de él, salvo que es alto, moreno, medio calvo y delgado. De su cara no recuerdo nada. Tal vez una sonrisa mellada.
Lo que sí recuerdo con nitidez es su manera de hablarnos. Se dirige a nosotros como si fuéramos niños pequeños, (como cuando hablas con un niño de seis o siete años que, aunque trates de evitarlo, te sale un tono de voz aniñada). Nos pide un favor. Bueno, no. No es un favor. Parece más como si nos estuviera poniendo a prueba. Habla como un profesor poniendo deberes a sus alumnos.

Nos dice a quién tenemos que matar. Su nombre, su descripción física y su dirección. Es curioso cómo nada te sorprende cuando estás soñando. Es un profesor hablando con cuatro de sus alumnos. Tenemos que hacerle caso. Hay que hacerlo.
Ninguno de nosotros cuatro protesta. No hay nada que protestar.
No recuerdo nada del hombre al que vamos a matar. Solo sé que, para ir a su casa, tenemos que coger una especie de tranvía. Nos preparamos. Vigilamos sus movimientos. Un día va Lorite. Otro Munir. Otro Laura. Yo no puedo decir si fui o no, la verdad, pero me imagino que sí. Vamos a matar a un hombre. Nada puede fallar.
Contado todo parece mucho más simple que en el sueño pero me acuerdo de algunos detalles (como que el tranvía es de color verde, que Lorite lleva una camiseta blanca y que Munir está constantemente mirando el reloj).

Al final, lo hacemos. Sé que entramos en la casa del hombre que va a morir y sé que su casa es, de pronto, el mismo garaje. Pero en el sueño nadie parece darse cuenta de este detalle. Yo tampoco. Me doy cuenta ahora. No sé, quizá se deba a una falta de imaginación mía el utilizar el mismo decorado para lugares distintos. Sé que lo matamos. No me preguntéis cómo porque no tengo ni idea, igual que no sé quién de los cuatro es la mano ejecutora. Qué más da. Está muerto. Es un poco desagradable decirlo, pero lo descuartizamos. Eso sólo lo sé. Quiero decir que en mi sueño no aparecía en ningún momento el hombre muerto ni nosotros ensañándonos con su cuerpo. Puede que mi cerebro esté codificado. O sólo que no me acuerdo. Ni idea.
Borramos los restos de sangre y enterramos al hombre en el jardín. Puede parecer algo demasiado obvio. Pero en el sueño no. En el sueño acabábamos de cometer un crimen total y absolutamente perfecto.
No sé por qué motivo, volvemos a entrar en la casa. Bueno, en la casa que, en realidad es el garaje, pero en este caso, la casa es la casa. Hay una televisión en la que no habíamos reparado antes. La televisión se enciende y una voz de hombre, que parece surgida de los más profundo de una caverna, brama;

-Mirad lo que habéis hecho. Mirad quienes sois.

Mientras dice esto, se suceden imágenes nuestras matando al hombre a sangre fría. Esto tampoco lo vi. Sólo recuerdo decir Dios mío, cuánta sangre.

Salimos de la casa a toda prisa. Lorite no para de reír. Los demás estamos en shock, pero no tenemos miedo. Todo esto sucede bien entrada la noche. Al día siguiente, volvemos a la casa del garaje, a decirle al "profesor" que ya lo hemos hecho. Estamos contentos. Pero ocurre algo extraño; en contraste con el resto del sueño, no estamos solos. Los alrededores de la casa están abarrotados. Gente (en su mayoría chicas y chicos de nuestra edad) entrando y saliendo de la casa. Me fijo en el detalle de que todos van dentro de la casa y no al garaje.

A medida que nos vamos acercando a la puerta, nos empieza a entrar un miedo atroz. Se nos ha olvidado algo, seguro. Hay algo que hemos hecho mal. O que no hemos hecho.
Claro, dice Munir, falta el poema. ¿Poema? Pero en el sueño todo tiene sentido; un hombre te pide que mates a otro, lo haces, entierras su cadáver, una televisión te amenaza, así que, ¿por qué no? Es cierto, falta escribir un poema.

Estamos tan nerviosos que no somos capaces de juntar dos palabras. Al final, como haríamos en un examen, copiamos. Esto es alucinante pero cogemos una canción de Silvio Rodríguez y la copiamos en un papel (me fliparía acordarme de la canción, pero soy incapaz). Sabemos que "el profesor" se va a dar cuenta. Estamos temblando. Finalmente, Munir y Lorite entran en el garaje. Ahí está el hombre, con su cordialidad, su voz aterciopelada y su media sonrisa. Laura y yo nos miramos. Echamos a correr en dirección contraria. En las notas que tengo apuntadas pone textualmente "tratamos de escapar, pero la conciencia no nos deja". Así que damos la vuelta y entramos al garaje. Está mucho más limpio. Lo primero que veo es a Munir tumbado boca arriba en el suelo. No lo dudo ni un segundo; está muerto. A su lado, hay una televisión encendida. De nuevo nosotros matando al hombre. Y, de nuevo, yo no lo veo. Un poco más alejado está "el profesor" junto a una mesa de madera. Sobre la mesa hay tres jeringuillas con un líquido transparente.
Laura da un paso adelante, mira la pantalla y se va corriendo al lado del profesor, que le espera con una de las agujas en la mano. Mi amiga se la arrebata y, en un segundo, se la clava en el brazo. Muere en el acto. Lorite hace lo mismo, lo que pasa es que él se da el pinchazo directamente sobre el corazón.
Me toca a mi. Estoy aterrada. No voy a ser capaz. Miro al hombre, que me sonríe. Es una sonrisa que me hace estremecer de miedo. Tengo que hacerlo, lo han hecho todos. Miro la aguja que queda sobre la mesa. Si no me la clavo no sé qué va a hacerme. Siento un terror insoportable. La cabeza me da vueltas.

Me he despertado acojonada.

Tengo que dejar de leer a Poe.

No hay comentarios:

Publicar un comentario