Y, porque, esta ciudad gris, no tendría luz si no estuvieras a mi lado para iluminarla con tus ojos.
Te quiero, Delia.
Y, entonces, sucedió. Conocí a la persona que habría de cambiar mi vida para siempre. Era alta, rubia, delgada. Era diferente a mi. Tenía los ojos azules. No paró de hablar durante cuarenta minutos seguidos. En los momentos en los que tomaba aire, yo trataba de responder con monosílabos. No recuerdo de qué estaba hablando. Sólo pensaba en que era una persona ajena a lo que yo había conocido hasta ese momento. Confieso que no tengo predilección por la gente que habla demasiado, pero con ella fue diferente. Me cautivó. No era la típica imbécil que se dedica a darte el coñazo. Bueno, un poco. Estuve tratándola muchos años antes de que ninguna de las dos se decidiera a dar un paso más allá en nuestra relación de amistad. Colegas de parque y punto. Todo el mundo vale para tomar una copa.
Con el paso de los años, la chica rubia me fue dando poco a poco pedazos de su corazón. Pequeños trocitos que yo recogía e iba guardando. Sin darme cuenta de que ella estaba recogiendo lo mismo que me entregaba.
Cuando quise darme cuenta, ya la necesitaba demasiado. Por eso no puedo pasar sin ella, sin verla, sin saber cómo está. Sin reírme con ella.
Nadie sobrevive con medio corazón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario