miércoles, 25 de septiembre de 2013

Rutina y Neruda

A las ocho suena el despertador, como cada mañana. Como cada mañana, Julián lo atrasa veinte minutos. Cuando vuelve a sonar, abre los ojos y lo apaga. Se levanta lenta y pesadamente mientras va desperezándose. Como todos los días, va al baño y deja correr el agua de la ducha mientras se lava la cara y se observa en el espejo. Tiene cuarenta y dos años. Sus ojos se detienen en los ojos que le devuelve la imagen reflejada y se preguntan dónde está su juventud. Sin pararse a meditar, más por falta de tiempo que de ganas, se desviste y se mete en la ducha. Cuando sale, se envuelve en una toalla, se seca y se viste rápidamente con la ropa del trabajo. Abre la puerta del baño y le llega el olor a café que tanto le desagrada. Termina rápido de arreglarse- peina el poco pelo que tiene, se lava los dientes y se echa desodorante-. Coge las llaves y finge que no la ha oído. Pero ella le ha visto. Le ofrece café, como cada mañana y él, como siempre, lo rechaza. Sin darle un beso de despedida a su mujer, sale de su casa y se va a la parada del autobús, aún no se ha decidido a sacarse el carnet de conducir. Tras diez largos minutos, llega el autobús; el tiempo siempre es más largo cuando uno espera. Dos chicas jóvenes se suben con él. Julián escucha sonriendo. Están nerviosas porque tienen un examen. De literatura.  De pronto, escucha una frase de una de ellas. Y se echa a llorar. Recupera tantos y tantos recuerdos de su juventud de un solo golpe que le duele. Y la recupera a ella. Se pregunta cómo ha terminado así, con una vida tan insustancial y triste, él que siempre había sido tan alegre. Y por fin entiende el significado de esa frase, y de ese poema perdido en la memoria...

Puedo escribir los versos más tristes esta noche...

No hay comentarios:

Publicar un comentario