Respiro la tentación salada de los barrios antiguos y brotan en mi pecho emociones contenidas que surgen de las páginas de tantos y tantos libros consumidos en la infancia. Barcelona. Estrujo recuerdos al mirar las catedrales y lucho por las consabidas fotos de rigor que supondrán el breve recuerdo de la brevísima visita. Observo los adoquines y las vallas publicitarias. Las luces. El viento de Monjuic vuelve a recordarme la Historia de la sagrada ciudad.
Al volver la vista, la desagradable visión de las grúas me produce un fuerte desasosiego. Plagada de obras, mi Barcelona, no encontrarás el tesoro. Nadie puede buscar algo que está intrínseco en él. No te busques a ti misma, Barcelona.
El humo de mi cigarro suelta volutas aterciopeladas que estallan y se deshacen en carcajadas e insultos dirigidos a nadie. Las fachadas altas, diversas, horribles y hermosas me tientan a explorar sus calles. Tan teñidas de color como supuse.
Barcelona irreal, voy susurrando canciones de Serrat pensando en la perturbada mente de Gaudí. Cansada, busco un lugar donde sentarme. Y Barcelona me acoge. Y me duerme.
Perfecta, como te imaginaba.